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HISTORIA DE LA MASONERÍA

   

  EL MITO DE LA CONSPIRACIÓN MASÓNICA EN EL SIGLO XVIII

  

Hoy en día es comúnmente aceptado por la investigación que la masonería ejerció una influencia intelectual en la Revolución francesa, aún cuando las logias mismas no se confesaron expresamente como organizaciones partidarias de la subversión violenta del orden social. De entrada, en las logias no se tenían en cuenta los privilegios estamentales y en la medida en que defendían la tolerancia, postulaban la libertad, aspirando a la educación general y al destierro de los privilegios y las injusticias sociales, los masones se encontraron en posiciones muy próximas a las defendidas durante la primera fase del movimiento revolucionario (1789-1791). Solo en este sentido, la masonería francesa no era más que un medio junto a otros medios, al lado de los círculos de lectura, los salones, las tertulias y otras asociaciones, a través de las cuales las ideas de los filósofos, lograron una gran difusión, sin jugar por ello el papel de clubes revolucionarios.

La tesis de la conspiración masónica fue creada por la reacción conservadora que desarrolló un síndrome complotista que sigue existiendo todavía hoy. Esta teoría del complot a escala internacional ofreció a los enemigos conservadores del radicalismo ilustrado, de la Revolución francesa o del liberalismo una explicación relativamente sencilla de la amenaza que se cernía sobre el orden social en Europa.

Entre sus representantes más destacados figuran el ex-jesuíta francés Augustín Barruel, el pastor alemán Johan August Stark, y el profesor vienes Leopold Alois Hoffmann.

 

 

 

 

 

Augustin Barruel (1741-1820), fue un sacerdote jesuita francés, autor de “Memoria para servir a la historia del Jacobinismo”.

 

 

Johann August von Starck (1741-1816), pastor, teólogo y masón alemán

 

 

 

Leopold Alois Hoffmann (1760-1806) Profesor de la Universidad de Viena, iniciado en la Logia “La nueva esperanza coronada” en Viena.

En el prólogo de sus «Memorias» Barruel desarrolla la tesis de la triple conspiración a escala mundial, cuya conclusión y remate lo constituyó la Revolución francesa: la primera fase estaba determinada por los pensadores ilustrados franceses que luchaban contra el cristianismo, la segunda estaba dominada por los masones, que se dirigían contra la monarquía, mientras que los iluminados, que dominaban la tercera fase, atacaban toda religión, todo gobierno y todo orden social. Defendía la opinión de que la masonería provenía de herejías maniqueas y albigenses, culminando su razonamiento con la gratuita teoría de que la masonería era una resurrección de la orden de los Templarios. En palabras de Barruel:

“1. Muchos años antes de esta Revolución francesa había hombres que se hacían llamar filósofos, conspirando contra el Dios del Evangelio, contra toda la cristiandad sin excepción, sin diferenciar entre iglesias protestantes o católicas, anglicanas o episcopalianas. Esta conspiración tenía como objeto esencial destruir todos los altares de Jesucristo. Erala conspiración de los sofistas de la incredulidad y de la impiedad.

2. En la escuela de estos sofistas de la incredulidad se constituyó muy pronto el grupo de los sofistas de la rebelión, del ateismo contra los altares de Cristo todos los tronos de los reyes, se agruparon con la vieja secta de la masonería.

3. De los sofistas de la incredulidad y de la rebelión nacieron los sofistas de la anarquía, y estos ya no conspiraban solamente contra la cristiandad, sino contra cualquier religión, incluso contra la natural; no sólo contra los reyes, sino contra cualquier forma de gobierno, contra cualquier sociedad civil, incluso contra cualquier clase de propiedad… Esta tercera secta, bajo el nombre de los iluminados, se agrupó con aquellas conjuradas contra Cristo y contra el rey al mismo tiempo, los sofistas y los masones. De esta coalición surgió el club de los jacobinos” (Augustín Barruel, Mémoires pour servir a l´historire du Jacobinisme, 4 ed., Londres, 1797-98).

 

John Robison (1739-1805) profesor de filosofía en la Universidad de Edimburgo y masón iniciado en Lieja

           

 

   

También John Robison (1739-1805) profesor de filosofía a la Universidad de Edimburgo y masón iniciado en Lieja, denunció una conspiración masónica-illuminati contra los poderes establecidos en Europa en  1797 ensu libro Proofs of a Conspiracy against all the Religions and Governments of Europe, carried on in the Secret Meetings of Free-Masons, Illuminati and Reading Societies, etc. También el pastor alemán J. A. Stark, que defendía igualmente la teoría de la conspiración, criticaba parcialmente las posiciones de Barruel, que le parecían poco fundamentadas. Stark, que era masón, revelaba en 1785 en diferentes publicaciones las supuestas locuras de los masones en su siglo, especialmente en su obra «El triunfo de la filosofía en el siglo XVIII». La tesis central de Stark partía de que la Revolución francesa era la consecuencia de las doctrinas disolventes de los filósofos ilustrados. Criticaba especialmente aquellas logias que se habían constituido en «organizaciones de primera línea» de la orden de los Iluminados, que había logrado provocar el chispazo desencadenante de la Revolución francesa.

Por su parte, Leopold Alois Hoffmann, intentó combatir a los partidarios de la revolución en un plano más popular. Hoffmann era masón, pero en 1786, y debido al «escándalo de los Iluminados», criticó la introducción de la magia y la alquimia en las logias masónicas y el trabajo que en ellas realizaban los ilustrados radicales. Para Hoffmann la Revolución francesa constituía también parte de una conspiración a escala mundial, alimentada por los Iluminados, y en consecuencia estableció una lista de masones e iluminados sospechosos. Como medio eficaz para combatir a estos conspiradores, él mismo Hoffmann trazó planes para una sociedad secreta de orientación conservadora y que debía perseguir los siguientes objetivos: «Hacer frente a la propaganda francesa, al delirio filantrópico de la libertad». Para realizar estos planes, desarrolló ideas que, en parte, coinciden con la orden de los Iluminados, diseñando una jefatura suprema secreta con poderes, una escritura secreta y refinadas ceremonias de iniciación.

Como se ve, la tesis de la conspiración masónica, que más tarde fue actualizada por el nacional-socialismo, no era en absoluto una «construcción propagandística» de origen fascista, sino que había sido tomada del arsenal de la agitación clerical contrarrevolucionaria y antiilustrada. A partir de aquí, surgió el síndrome de la conspiración mundial judeomasónica, que se suponía aspiraba a conquistar el poder mundial y a establecer un gobierno secreto.

Extractado de: Helmut Reinalter (Universidad de Insbruck), “La Masonería y la Revolución Francesa”, en J. A. Ferrer Benimeli (coord.), Masonería, Revolución y Reacción. Actas del IV Symposium de Metodología aplicada a la Historia de la Masonería Española, Alicante, 1990, vol. I., pp 29-37.

            
  

 

 
             
  

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